Masturbación

¡Saca la mano de ahí!

¡Sácate la mano de ahí cochina!

Gritó mi mamá alguna vez que me pilló tocando mi vulva. Recuerdo no entender por qué me decía eso, si era algo que yo disfrutaba tanto. Convengamos que ni siquiera tenía una connotación erótica para mí en ese momento. Acaso el disfrute estaba mal? Pensé que no, dado que habían otras cosas que disfrutaba también como tomar helado o jugar con mi mascota y aquellas actividades no eran «cochinas» según mi mamá, luego pensé en el lugar donde mi mano estaba tocando, es decir la vulva: «Pero si esta mañana me bañé y me duché, porqué habría de estar sucia esta parte de mi cuerpo? Y de inmediato llegué a la nefasta conclusión de que; en esta parte en particular, existe una suciedad intrínseca, y que por más que lo intentara, no era posible de limpiar, porque en ella subyace el pecado mismo. El pecado asociado al placer. 

Si mal no recuerdo, fue a los 10 años la primera vez que tuve un orgasmo. Y sentí que era tan espectacular lo que me había ocurrido, que debía comunicarlo a todos! Es decir, «El mundo tiene que enterarse de este descubrimiento para que más gente lo pueda experimentar» Pensé. – Obvio, tenía 10 años y juraba que el universo giraba en torno a mí – entonces le conté a mi mamá quien firmemente me dijo que yo no tenía «edad de estar sintiendo esas cosas«, y que «por favor no le digas a nadie, que me harás pasar vergüenza«. El mundo se derrumbó ante mí. Me sentí sucia, avergonzada, y que de alguna forma había traicionado a mis padres.

Luego de este evento y como adolescente, con pulso sexual, y con el desarrollo propio de los caracteres secundarios en mi cuerpo, sentía que las hormonas estaban haciendo un trabajo bastante intenso, por tanto de cuando en cuando, sucumbia ante el impulso de tocarme y conseguir el anhelado orgasmo. Lo conseguía, con bastante destreza, aunque con una culpa tan grande, que pensaba en los días posteriores que algo terrible pasaría o que posiblemente moriría e iría al infierno. Porque «las niñitas que se masturban, se van al infierno» verdad?

La Masturbación se convierte entonces en mi imaginario, en un acto de maltrato hacia mi misma, un abuso sexual que me realizo a mi misma y por tanto de profanación al cuerpo que finalmente es un «templo de Dios». 

Gracias a Dios también, a los 17, conocí una revista juvenil muy de moda y adelantada para aquella época, que se convertiría en mi primera educadora sexual. Sus entretenidos e informales artículos con fuentes inexistentes o al menos cuestionables, me educaron finalmente en todo aquello que quería – y necesitaba – saber. Aquí entonces, aprendí de prevención de ITS, métodos anticonceptivos y por ejemplo, que la masturbacion y la sexualidad en general se podía vivir sin culpa y se podía disfrutar sin miedo. Mi sexualidad y el conocimiento de mi propio cuerpo, cambió radicalmente para nunca más volver atrás.

Hoy, gracias a estudios más formales que los de la revista aludida, he logrado entender y enseñar a mas personas que la Masturbación no solo es un derecho, sino que un hecho. Y que es la única forma a través de la cual aprendemos qué nos gusta, cómo nos gusta, y qué solo de esta forma y no otra, logramos comunicar a la pareja esta información. También que la Masturbación es complementaria y no excluyente, y por tanto, jamás la dejamos de hacer. Si estamos en pareja y con una alta frecuencia de relaciones sexuales, probablemente la práctica masturbatoria disminuirá, mientras que si estamos sin pareja sexual, esta aumentará, pero no la dejamos de practicar, porque es la única forma de mantener la información de los gustos respecto a nuestra sexualidad, actualizada. Por qué actualizada? Porque estos gustos también mutan en el tiempo; lo que me gusta hoy no es lo que me gustaba hace 5 años o cuando tuve a mi primer hijo, o cuando era adolescente. A disfrutar también, por ejemplo, de nuestro clítoris, como elemento corporal diseñado solo para el placer femenino, y por supuesto sin dejar de lado el resto del cuerpo incorporando la conciencia del mismo como herramienta sexual. 

Asimismo, una actividad tan cotidiana como aplicarnos crema en las piernas, se puede convertir en un ejercicio de autoconocimiento, al masajearlas de forma intencionada, sentir el roce de nuestras manos sobre las piernas y disfrutar la textura de la crema deslizándose por cada espacio y de esta forma, acercarnos – aunque sea solo unos minutos –  al placer y por tanto alimentar la libido, e incrementar la respuesta sexual. Con ejercicios como estos, no solo mejora la capacidad excitatoria, sino que la sangre fluye vigorosa por todo nuestro cuerpo mejorando la circulación en general, y secretamos endorfinas, dopamina y serotonina que nos da una inyección de energía y felicidad.

La invitación entonces es a tocarnos con conciencia del estímulo que hacemos y darle la connotación sexual que merece.

Masturbarnos con la frente en alto porque es un derecho en beneficio de nuestra salud en general, enriquece el autoconocimiento en la práctica erótica,  y nos ayuda a desarrollar destrezas y habilidades para alcanzar mayor excitación, el propio orgasmo, y la satisfacción sexual propia y con la pareja.

Y por favor, no te saques la mano de ahí.

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